viernes, 31 de diciembre de 2010

EL CUARTO REY MAGO (de Pedro Lemebel)


La noche navideña penetra los corazones con su saeta de mimbre, también alumbra otros fulgores que recorren la urbe bailando la danza ramera del oficio prostibular. Un ritmo travesti que se vive la pascua como laburo permanente. Una loca que se confunde con los faroles púrpura del pino pascual. Una guirnalda humana de tacos y peluca, que esta noche rumbea las aceras buscando un ángel que le cambie su perfume barato por una pluma de oro en el escote. Un travesti que de niño le pusieron Jacinto y como Jacinta le gritaban los otros niños, se pasó las pascuas esperando la muñeca que nunca llegó. Pero el nunca quiso una muñeca, mas bien el quería ser la muñeca Jacinta y tener el pelo platinado y largas pestañas de seda para mirarse en el espejo roto del baño. Contemplarse a escondidas con el vestido de la mamá y chancletear sus tacoaltos que le bailaban en sus piececitos de niño raro. Quizás princesa de arrabal que la besó el príncipe y se convirtió en rana, araña peluda o cucaracha que nunca fue invitada al pesebre. Y tubo que mirar de lejos el carnaval dorado del nacimiento.
Por eso las navidades de Jacinto no tuvieron noches buenas, a lo más, patadas y escupos en su trasero maltrecho. Y una que otra caricia deslizada al azar por la fetidez de algún ebrio solitario. Por eso a Jacinto la pascua no le interesa y evita las arterias de la ciudad congestionadas por el apuro y los juguetes. En realidad, sus juguetes nunca le llegaron, las cartas al polo rosa no tuvieron respuesta y tuvo que gatillar pistolas, golpear pelotas y esos soldaditos y tanques que le imponía su padre para amacharle las trenzas. Entonces comprendió que para los niños como el no existía una pascua coliza, ni juguetes emplumados. A lo mas, el penacho de indio sioux que se lo quitaron al pintarse los labios como vedette. Tampoco un viejo pascuero marica que cumpliera sus antojos de niño pobre. Por eso se inventó un cuarto rey mago que llegó meses después del nacimiento. Un rey mago cola que no venía por fe, si no mas bien a la copucha del Mesías. Un visitante raro que no pudo ingresar a los aposentos de la virgen porque: “Es un emisario de Sodoma”, le dijo preocupado José a María. Y aunque los pastores solidarios con el enviado alegaron que si había sobrevivido a la lluvia de fuego, además de pegarse la maratón cruzando carreteras y desiertos con tacoaltos tenía derechos a presentar sus credenciales. Pero a pesar de esa defensa y los rebuznos del burro, la virgen se asomó disgustada entre las persianas y exclamó: “Pero como se atreve”. Y cerró la cortina sobre el visitante que esperaba en la reja bajo el cielo enchispado de Belén.
Y así, el cuarto rey mago tubo que regresar en microbus con el regalo bajo el brazo jurando nunca mas asistir a una fiesta sin ser invitado. Quizás esta noche que retumba en lluvia de luces multicolores sobre la ciudad, hace que la loca sin clientes se entretenga inventando historias para el aburrimiento. Acaso el duende perverso de la nostalgia le juega una mala pasada haciendo tambalear sus tacos, a punto de soltar una perla de llanto al volver a recorrer las navidades polvorientas de su población. Pero esta noche no está para dramas, por eso arreglándose la peluca, saca una botella de la cartera y la empina en un sorbo que le retorna la fortaleza. Un olor a vainilla y canela endulza el aire cuando todavía el lucero de Belén titila como un ano de aluminio sobre la cordillera. Los cerros recortan sus lomos de camellos sobre las calles desiertas, y a Jacinto la madrugada lo sorprende como una bujía agotada sin haber conseguido clientes. Por eso al primer chorro de luz se va a dormir plegando su cola de pavo real. Y barre el cometa de la navidad arrastrando el cielo a la vereda.

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